De tal «padre» (Maciel Degollado), tal hijo. No nos sorprenden en absoluto las escandalosas afirmaciones recientemente hechas por el rector de los «Millonarios de Cristo» en Salamanca, Juan Ramón de Andrés:
«Acataremos cualquier orden del papa sobre nuestro futuro, si nos pide que demos la misa en bañador, tengo uno listo para celebrarlo» (La Gaceta Regional de Salamanca, 15 de junio de 2010, pág. 22).
Sin la menor duda, tales afirmaciones –que en parte parecen más una burla de un comecuras liberal contra el Santo Sacrificio de la Misa que las declaraciones del rector de un seminario católico– son estrictamente fieles al particular carisma de su fundador, Marcial Maciel Degollado. Tal carisma consiste en vanagloriarse de ser defensores y «legionarios» de Cristo para infamarlo comportándose como «legionarios» del Anticristo.

… Lo suyo es la guayabera, como le gustaba al degenerado Maciel Degollado. De vez en cuando alzacuellos protestante, para disimular
Pero, en el fondo, es la postura típica de los integristas, quienes, como consecuencia tal vez de una pésima formación que les pone fuera de la Iglesia, dicen que «prefieren equivocarse con el Papa», como si el Papa fuese el Oráculo de Delfos, olvidando que Cristo dice que «lo que no es frío ni caliente estoy por escupirlo de mi boca»; olvidan también que se les pedirá cuenta por aquellos talentos que, por miedo a perderlos, escondieron bajo tierra.
Siguiendo su lógica de hacer absolutamente todo lo que diga el Papa, en tiempos de los Santos Padres habrían lanzado sus legiones macielitas contra San Atanasio cuando éste se enfrentó al arrianismo triunfante en la jerarquía oficial de su época e impuso las manos más allá de su jurisdicción oficial; habrían condenado como «cismático» a San Bruno cuando éste recriminó al Papa Pascual II cierta errónea decisión; habrían secundado a San Pedro cuando éste apoyó a los herejes judaizantes y seguramente incluso se habrían circuncidado para ser así más fieles al carisma de Maciel; habrían aprobado felizmente la decisión del Papa Celestino cuando éste aprobó el movimiento herético de los «espirituales»; etc.
Viviendo en Salamanca, parece mentira que no sepan aquello que enseñó el gran pensador y teólogo dominico de la Escuela de Salamanca e inventor del Derecho Internacional, el Padre Francisco de Vitoria:
«Si el Papa, con sus órdenes y sus actos, destruye la Iglesia, se le puede resistir e impedir la ejecución de sus mandatos».
Más explícitamente, ateniéndonos en concreto a las atribuciones del Papa en el campo de la liturgia, Monseñor Klaus Gamber, liturgista de cabecera del Papa Benedicto XVI, demuestra minuciosa y contundentemente en uno de sus tratados que el Papa no tiene ni potestad ni autoridad para modificar o abolir el rito de la Misa. Por eso, el propio Papa Benedicto XVI señalaba en un libro sobre liturgia:
«Tras el concilio Vaticano II se generó la impresión de que el Papa podía hacer cualquier cosa en materia de liturgia […]. Así fue como desapareció, en grandes zonas de la conciencia difusa de Occidente, la noción de liturgia como algo que nos precede y que no puede ser «hecho» a nuestro antojo. Pero de hecho, el Concilio Vaticano I no pretendió definir en absoluto al Papa como un monarca absoluto, sino, por el contrario, como el garante de la obediencia a la palabra transmitida: su potestad se liga a la tradición de la fe, lo que rige también en el campo litúrgico […]. La autoridad del Papa no es ilimitada: está al servicio de la santa tradición».
Así pues, si los integristas de Maciel no basasen su vida en la Dignitatis Humanae y en las predicaciones de su infame «padre fundador», probablemente habrían reparado en que la Constitución Dogmática Pastor Aeternus es el documento que define el magisterio infalible del Papa, cuál es su función y cuál es el grado de sumisión que le deben como Papa:
«Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe. […] De esta manera si alguno, no lo permita Dios, tiene la temeridad de contradecir esta nuestra definición: sea excomulgado». Concilio Vaticano I, Const. Dogmática Pastor Aeternus, Cap. 4.
Tal vez si leyesen las Escrituras no haciendo un libre examen sino ciñéndose a la Tradición católica recordarían que tal definición sagrada dada infaliblemente por el Concilio Vaticano I ya la había formulado San Pablo con otras palabras:
«Aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os predique un Evangelio diferente del que nosotros os hemos anunciado, sea anatema» (Gál. 1, 8).
Y tal vez se habrían dado cuenta también de la sanción que merecen afirmaciones tan frívolas, tan irreverentes y tan fuera de lugar y comprenderían que, como dijo San Bernardo, «El que hace el mal, bajo pretexto de obediencia, hace más bien un acto de rebeldía que de obediencia».
Como mínimo, por tales concepciones heréticas públicas sobre el Papado y por su irreverencia hacia el Sacrosanto Sacrificio de la Misa, merecerían un interdicto del obispo de esta diócesis; ahora bien, tal obispado, que incluso ha retirado los crucifijos de las habitaciones del Hospital General de la Santísima Trinidad (donde durante años se han llevado a cabo abortos, con pleno conocimiento de tres obispos sucesivos, entre ellos el actual Arzobispo de Toledo, Primado de España), nos tiene ya acostumbrados no sólo a negligencias de este tipo sino a escándalos aún peores. Tan ardiente fidelidad a Cristo y tan acendrado afán por seguir el ejemplo de los mártires son razones más que suficientes para explicar que este obispado tenga tan lleno su seminario diocesano.