G.P.G.

Nuestra oposición cristiana e hispánica a la llamada fiesta de Halloween no debe limitarse exclusivamente a la protesta contra una fiesta mercantilista, globalizadora y consumista de origen yanqui. Para extirpar el problema de raíz, es preciso que ahondemos en su naturaleza y orígenes.

El origen más comúnmente atribuído es el druídico, hoy reivindicado, entre otras sectas, por los neodruidistas y wiccanos. Es ocioso argumentar sobre el hecho indudable de que no puede hablarse de tradición en el sentido en que hablan estas sectas, puesto que se trata de algo muerto hace siglos. Los historiadores romanos dejan constancia de su persecución desde tiempos de Augusto y definitiva prohibición ya bajo el emperador Claudio. La persecución de la bárbara religión druídica por parte del pueblo romano en plena época clásica no se debe exclusivamente a motivos políticos, sino al carácter eminentemente celeste y solar de la religión romana. Tópicos aparte de quiénes eran bárbaros y quiénes no, el druidismo poseía un carácter eminentemente lunar y telúrico y, como tal, necesariamente incluía no sólo sacrificios de animales, sino incluso el sacrificio humano. Ya existían precedentes de prohibiciones o regulaciones de cultos remotamente similares, como el contenido en la famosa ley Senatusconsultum de Bacchanalibus, frente a cultos que repugnaban a la ley natural expresada en el habitual sentido común de la romanitas y su mos maiorum. También habían mostrado repugnancia siglos atrás frente a los cultos de cierto pueblo de comerciantes: el cartaginés. Estos cultos eran también eminentemente telúricos y lunares y se traducían, como no podía ser de otro modo, en asesinatos rituales ofrecidos a Baal-Moloch, denunciados por los historiadores romanos. Con la conquista de Cartago, Roma acabó por completo con los ritos de este pueblo mercantilista. Como curiosidad, la divinidad principal (denominada de manera distinta entre los distintos pueblos) de la religión druídica es un artesano y comerciante. Por ello, cuando Julio César habla de él en su De Bello Gallico, lo asimila a Mercurio. Sin embargo, el Mercurio romano y Hermes griego está sometido a Júpiter y Zeus, respectivamente, y su posición en el acontecer del mundo es casi tan limitada como la de Vulcano/Hefesto, cuyo papel como demiurgo o arquitecto del Universo es prácticamente nula, frente al poder de Júpiter/Zeus.

La fiesta druídica a la que se remonta el asunto es la llamada por los diversos pueblos celtas Samhnagan, así denominada por estar dedicada fundamentalmente al dios telúrico Samhain, que no parece siquiera que se celebrase exactamente entre el 31 de octubre y el 1 de noviembre, aunque sí en fechas cercanas. Poco se conoce con exactitud sobre los rituales druídicos. De esa fiesta, en concreto, sí se sabe que era el comienzo del nuevo año para los celtas, a diferencia de todos los demás pueblos indoeuropeos. Se sabe también que se hacía una hoguera (el resto de indoeuropeos no hacían festividades con hogueras en esa fecha) y que se invocaba a espíritus, considerando proclive la fecha. No parece que se limitara a un día o dos, sino a un conjunto de días feriados, con procesos de ayuno, sacrificio humano y otros ritos.

En ella, en efecto, siempre y en todos los casos tenía lugar la necromancia o necropsia, entre otros ritos realizados a partir de humanos asesinados al efecto. Al no conocerse con exactitud la naturaleza formular de los ritos como consecuencia de la desaparición del druidismo (que no sólo desapareció sino que ni siquiera dejó constancia escrita de los rituales), todo intento de reconstrucción del druidismo por el neodruidismo o por los wiccanos (sin hablar de los que están detrás de estos grupos) es un acto vano, de carácter arqueologista y desiderativo. El hecho de que exista la necesidad de reconstruir esos ritos indica que —por perversos que sean― ni siquiera serían auténticas reconstrucciones de los antiguos, por no haber sido preservados por tradición alguna. Así pues, no se reconstruiría un ritual pagano, sino neopagano; es decir: poco o nada relacionado con la tradición pagana celta.

En algunas zonas de Galicia, algunas tendencias arqueologistas de reconstrucción intentan ahora reivindicar la extinguida fiesta con el nombre de Samaín. Pero, dejando al margen el voluntarismo de algunos malos gallegos que se desvían de la genuina tradición del Reino de Galicia, toda fiesta con ese nombre lleva siglos desaparecida, salvo algún escaso resto ritual ya mezclado con el Cristianismo y vaciado de toda noción religiosa pagana. Tales exiguos restos, por otra parte, eran exclusivos de unas pocas e inconexas costumbres de unos pocos irlandeses emigrados a Norteamérica. Sin embargo, algunos de ellos, deformados y mezclados con aspectos ocultistas, han sido retomados hace muy pocas décadas por el mercantilismo de ciertos sectores, y a continuación comercializados bajo el viejo nombre cristiano de Halloween (All Hallows’ Eve, la víspera de Todos los Santos), descristianizado al efecto, intentando suplantar con ellos esta fiesta católica y la conmemoración de todos los fieles difuntos que tiene lugar a continuación.

No deja de ser curioso, en cualquier caso, que la mayoría de sectas declaradamente satánicas celebre entre el 31 de octubre y el 1 de noviembre la fiesta principal del satanismo, que no se limita al nuevo año, sino que incluye la conmemoración del cumpleaños de Satanás. Para tan señalada fecha, es imperativo que los satánicos no sólo sacrifiquen animales, sino en muchas de estas sectas también seres humanos. Entre otros muchos ejemplos, podemos citar el de la llamada «iglesia de Satán», del famoso hebreo norteamericano Anton Lavey (Levy), cuyos templos gozan de exención fiscal en los E.E.U.U.

Es una especie de rompecabezas en el que no hay pieza que no encaje, puesto que son fechas en las cuales la mayoría de logias masónicas sincretiza la persecución de Hiram, el arquitecto, con la de Osiris (la religión egipcia es medular en la mayor parte de la masonería), y comienzan la preparación para su muerte, que tiene lugar en el solsticio. Así, el Rito Escocés Antiguo y Aceptado hace coincidir sus fiestas con las del calendario judío, con un ciclo de celebraciones de profunda raigambre cabalística que comienzan en nuestro septiembre y acaban en nuestro octubre. Estas fiestas, que vinculan la fecundidad de campos y animales a la expiación de los pecados, concluyen, tras ayunos y otros ritos, en la fiesta del Yom Kippur, la principal del judaísmo. En ella se celebran sacrificios con efusión de sangre, que sirven para el perdón de los pecados. Dejando al margen sacrificios humanos de los que no sólo existen testimonios jurídicos modernos y publicaciones de autores judíos como Ariel Toaff o Israel Shamir, sino también las festividades a lo largo del año de mártires cristianos sacrificados por los judíos (San Simón de Trento, Santo Dominguito del Val, San Cristóbal de la Guardia, San Guillermo de Norwich, San Andrés del Rin, etc.), no deja de ser curioso el de los animales; en concreto, aparte del importante sacrificio de gallináceas, que se mantenga en esta fiesta la costumbre del becerro y, más curioso aún, la del macho cabrío sacrificado al demonio Azazel, que algunos intérpretes identifican con el propio Samael. Esto tiene lugar en una gran hoguera, como la que utilizaban los druidas en la fiesta dedicada a Samhain o los fenicios y cartagineses en sus sacrificios a Baal-Moloch.

La identificación de Azazel con Samael nos parece, en efecto, una coincidencia curiosa, ya que es frecuente la interpretación de que cuando Dios crea como príncipe de este mundo al que se convertiría en Satanás, lo denomina en hebreo Samael (dejando al margen otras interpretaciones relacionadas con los nombres latinos Lucifer y Luzbel), que pasa a denominarse Satán (traidor en hebreo) después de la traición. La coincidencia nos parece curiosa no sólo por la posible identificación con Azazel, ni siquiera porque Samael suene demasiado parecido a Samhein como para no tomarlo en consideración; sino especialmente porque, según el Talmud, la caída de Samael y su cambio de nombre por Satanás tuvo lugar en esas mismas fechas. Además, el Talmud señala que la serpiente que tentó a Eva con el fruto del árbol de la ciencia del Bien y del Mal fue Samael.

Asimismo, para el gnosticismo, secta sincrética de origen cabalista en la que hunde sus raíces toda la masonería, Satanás es el demiurgo o arquitecto del Universo y en los Evangelios gnósticos se le denomina Samael, Yaldabaot, Saklas y Ariel.

En la Masonería, al Gran Arquitecto del Universo lo representa Hiram, arquetipo al que se refieren en hebreo como Hiram-Abi (nuestro padre Hiram), artífice del templo de Salomón. Hiram representa también el sacrificio del pueblo judío en su conjunto y se considera que proviene del Espíritu del Fuego y de los genios del trabajo. Llevado por Eblis (nombre mahometano para referirse a Satanás), Hiram encuentra delicias sin cuento y gusta los frutos del Bien y del Mal, en la telúrica hoguera del inframundo, donde los demás humanos, guiados por el Dios de Salomón, encuentran la muerte. A su regreso a la tierra, Hiram está al mando de todos los que trabajan por el reinado de Eblis. Jubelas, Jubelos y Jubelum son los tres malvados asesinos del gran demiurgo Hiram; cada uno de ellos representa, respectivamente, la superstición, la ignorancia y la avaricia, identificadas con la Iglesia Católica, la Cristiandad política y la familia cristiana. La reconstrucción del templo de Jerusalén representa la República Universal masónica, el hallazgo del cuerpo de Hiram tras su muerte representa la unión del pueblo judío en un solo territorio. El Rey de Israel lo representa Salomón, pero Salomón cuando al final de sus días adora a Baal-Moloch y le ofrece sacrificios en el fuego de Eblis (Samael), que representa la luz de la Cábala. Ese fuego se vincula con la necesidad de una evolución, cambio y transformación imparables como bases del progreso de la humanidad. Octubre, Noviembre y Diciembre representan a los tres asesinos de Hiram y por eso a lo largo de esas fechas tienen lugar los rituales al efecto.

Asimismo, las religiones de Mesoamérica (cuyas prácticas de canibalismo y sacrificios humanos son bien conocidas, así como su carácter satánico denunciado por los misioneros) celebraban en noviembre la festividad del Fuego Nuevo, una fiesta vinculada también a la fertilidad y dedicada a la reconstrucción de templos y a la celebración del nuevo año.

Es cierto que en fechas parecidas, los griegos y los romanos celebraban diversos rituales, al igual que otros muchos pueblos, que tenían que ver con la fertilidad y también con el recuerdo a los antepasados (el concepto del Mundus patet). Sin embargo, tales fiestas, dedicadas entre otras a la diosa Pomona en Roma y en especial a Carpo en algunos lugares de Grecia, no incluían sacrificios, sino tan sólo ofrendas vegetales. Tampoco incluían hogueras, como no las incluían ni los germanos (cuya fiesta con hogueras es Walpurgis, en primavera) ni ningún otro pueblo indoeuropeo, a excepción de los celtas con sus cultos druídicos a Samhain. Tampoco eran fiestas de comienzo de año en ningún otro pueblo indoeuropeo. Eran días feriados; en el caso de Roma, con rituales muy controlados, para evitar que se cometieran excesos y cuyo cumplimiento no obligaba a la generalidad de los griegos (que solían vincularlos a actividades literarias y deportivas) ni de los romanos. En Roma eran únicamente una fiesta importante para los plebeyos.

El Cristianismo comenzó pronto a celebrar en fechas cercanas la fiesta de los Fieles Difuntos y también la de Todos los Santos, que inicialmente era de Todos los Mártires, para indicar la necesidad de recogimiento en esos días, con el hecho litúrgico excepcional de tres santos sacrificios de la Misa seguidos, donde se realiza el único Sacrificio agradable a Dios. Es el verdadero microcosmos, pues arrebata al fiel de las garras de Satanás, antiguo enemigo del género humano, y suprime todos los sacrificios anteriores, pues eran tan sólo puro símbolo de la única verdadera expiación que iba atraer Cristo al ser sacrificado en el Calvario. Este Santo Sacrificio por la humanidad es luego renovado de manera real e incruenta una y otra vez, siempre que se realice de manera correcta el rito.

San Gregorio Magno, especialmente en su afán por combatir todo resto de prácticas druídicas, puso especial hincapié en la inmemorial costumbre del uso de reliquias (de reliquiae sanctorum, restos de los santos) de santos y mártires. La práctica de las reliquias ya era común en las catacumbas, pues en ellas se celebraba el Santo Sacrificio sobre las tumbas de los mártires. Todavía en el siglo IV, el rétor pagano Libanio de Antioquía se referirá despectivamente a los cristianos como «los que andan entre las tumbas».

El hecho de que no se comulgue incide aún más en el carácter sacrificial de la Misa; esos días, el Santo Sacrificio está establecido explícitamente no sólo para recordar a los santos canonizados, sino también a todos los que están ya en el Cielo. Y también para que se alivien los sufrimientos de algunas almas del Purgatorio, a las que se les permite asistir al Santo Sacrificio, y que San Miguel Arcángel, mencionado en la liturgia como Psicopompo o guía de las almas, saque algunas del Purgatorio y las traslade al Cielo protegidas de los genios.


En conclusión, las fiestas de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos deben movernos a hacer lo que se ha venido haciendo hasta ahora: recordemos a los Santos comiendo los «huesos de santo», que nos recuerdan la necesidad de entrar en comunión con ellos, más en estas fiestas que nunca. Y, en recogimiento, «andemos por las tumbas», visitemos las tumbas de nuestros muertos y roguemos por ellos. No entremos en comunión con las burlas mercantilistas de recia inspiración satánica de estos sagrados días, sino con todos los santos y los fieles difuntos, mediante el rezo del Santo Rosario y la asistencia devota al Santo Sacrificio de la Misa.

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