Feliz Navidad
A poco más de un día de la Octava de Navidad, fiesta de la Circuncisión del Señor, Año Nuevo; a punto de dejar atrás 2013, que ha sido un verdadero annus horribilis para la Universidad (y además, si se nos permite, un annus imbecillis para la Universidad de Salamanca, que ha visto como se reelegía, sin que prácticamente nadie fuese a votar, a un rector y un equipo que han protagonizado la etapa hasta ahora más gris de nuestra historia; gris con ribetes de negro; y eran los únicos candidatos, hasta ahí llega la desesperación). Dejamos nuestra felicitación, con un texto de San Agustín que tomamos del cuaderno de bitácora Non nisi te, Domine.

¿Quién no se asombra al oír a Dios nacido?

¿Quién no se asombra al oír a Dios nacido? Oyes al que nace, pero ve en su mismo nacimiento los milagros que hace. El vientre de la Virgen es fecundado y el claustro del pudor es preservado. Llénanse las entrañas de la Madre sin concurso alguno del padre y siente la prole la que ignoraba al consorte. El ángel habla a la Virgen, la Virgen prepara el corazón y Cristo es concebido por la fe. ¿Admiras estas cosas? Pues admira más. La madre y virgen pare, fecunda e intacta; sin hombre padre nace el hijo que hizo a la misma madre. El Hacedor de todas las cosas es hecho entre ellas; el director de todo el orbe es llevado en manos de la madre; lame los pechos el regente de los astros; calla, y es la Palabra. Por la lengua no manifestaba todavía quién era y ya toda criatura indicaba a su Criador nacido. Los ángeles anuncian a los pastores y la estrella convida a los Magos: la rusticidad de los pastores exige la admiración de los ángeles y la curiosidad de los Magos es instruida por la lengua de los cielos. Los Magos predican al rey de los judíos, y los judíos le niegan; aquéllos le buscan para adorarle, y éstos le buscan para matarle. Los Magos dicen al rey Herodes el Rey que buscan nacido, y los judíos le dicen la ciudad donde nacería para reinar. Unos y otros le predican, y unos y otros le confiesan; pero los Magos de un modo y los judíos de otro; aquéllos para adorarle encontrado y éstos para matarle agarrado. ¡Oh judíos que lleváis en las manos la lucerna de la ley para demostrar a los demás el camino y quedaros vosotros en tinieblas! Ved ahí que los Magos, primicias de los gentiles, ofrecen a Cristo sus dones, y no sólo el oro, el incienso y la mirra, sino también sus almas, y a vosotros repudia la iniquidad propia hasta el punto de haceros dementes para buscar con el fin de quitar la vida al que viene a libraros de las cadenas. (…)
Grande es, oh Herodes, tu iniquidad; matas a los infantes y acumulas los testigos de tu maldad, y no encuentras a Cristo, porque todavía no ha llegado su hora de padecer. Ciertamente, sin hacer daño alguno a Cristo, eres su perseguidor convicto y reo de su muerte; pero haciendo muchos contra él, te perdiste a ti mismo. ¿Por qué temes a tal Rey, siendo así que viene a reinar de modo que no quiere excluirte? El que buscas es Rey de los reyes; si quisieras obtener seguro tu reino, le suplicarías que él mismo te diese el eterno. Reine Cristo del modo que vino a reinar; reciba a los que le creen, búrlese de los que le persiguen, haga a los que peleen, ayude a los que trabajan y corone a los que vencen.

(Lib. 4, de Symb. Ad Catech., c. 4)